
Todo son productos y artefactos. Como ese otro artefacto en que se ha convertido la ciudad, la polis: el espacio público. Lo que ahí domina, lo que da sentido, también es la utilidad: la prestación de eficaces servicios al ciudadano-cliente, a ese individuo que, evaluando los índices de productividad alcanzados por los unos o prometidos por los otros, adquiere cada cuatro años los servicios de una de las dos facciones que se reparten el poder.
Todas las anteriores sólo son, sin embargo, expresiones de una quiebra mucho más fundamental. "Una comunidad de vivos y muertos", decíamos a propósito de la sociedad. Es en efecto el vivir y el morir, es el sentido mismo de nuestra presencia en el mundo lo que se rompe cuando desaparece la comunidad, cuando los "artistas" son los primeros en ultrajar la belleza, cuando nadie se sobrecoge ante la presencia misteriosa de las cosas, cuando las mercancías, tecnologías y productos se alzan -éste es el problema: no que existan- como piedra angular del mundo. Cuando muere, en una palabra, el espíritu -y con él, la tierra, la "carne" misma del mundo.
El surgimiento del Manifiesto
Porque la muerte del espíritu -el desvanecimiento del sentido- es lo más grave que puede ocurrir. Porque, por muelle que sea la "vida" que entonces nos queda, nos aboca a la peor de las muertes: a la más grotesca. Porque es grotescamente absurdo que, habiendo alcanzado el más fabuloso dominio sobre los mecanismos materiales de las cosas, perezcamos aplastados por esta misma materialidad. Porque si los adherentes al Manifiesto contra la muerte del espíritu y la tierra no tenemos absolutamente nada contra la materia y sus mecanismos, sus beneficios y utilidades, en cambio lo tenemos absolutamente todo contra el dominio al que nos someten. Por ello, exactamente por ello, es por lo que se lanzó el Manifiesto que nos da nombre.
Publicado en el mes de junio de 2002, convencidos sus promotores de que poca resonancia obtendrían tan inconvenientes ideas, tuvieron que constatar, sorprendidos, que el eco alcanzado era mucho mayor de lo que se habían imaginado. Pese a lo muy exiguo de los medios desplegados (publicación del Manifiesto en El Cultural del periódico El Mundo y apertura de una página web), un millar de personas, entre las que se cuentan destacadas figuras de nuestras artes, letras y pensamiento, han dado hasta ahora su apoyo a tales inquietudes. Se han celebrado diversas actividades públicas (conferencias, coloquios…) en varias ciudades españolas. La acogida que el Manifiesto ha obtenido en otros países, mediante su traducción y publicación en diversos idiomas, atestigua también la globalidad del malestar que nos mueve.
El Manifiesto quiere ser ante todo, como se indica en su cabecera, una revista de pensamiento crítico. Tal es nuestro empeño: hacer de estas páginas una gran revista de pensamiento y reflexión, una revista que se convierta en un destacado punto de referencia en el ámbito del pensamiento hispánico. No por ello aspiramos, sin embargo, a los rigores y exhaustividades del discurso universitario. A lo que quisiéramos más bien acercarrnos es a esta confraternidad de la verdad y la belleza que el nombre de "ensayo" califica con propiedad.
Ni de "derechas" ni de "izquierdas"
Será éste un lugar de reflexión, pero también de debate y confrontación. Las ideas contenidas en el Manifiesto constituyen el aliento que nos mueve. Pero este aliento se puede y debe respirar de diversas y hasta contrapuestas maneras. Todas ellas tendrán en estas páginas su lugar y su expresión. Resulta ello tanto más hacedero cuanto que, como ya habrá comprendido el lector, es imposible catalogar nuestro empeño con ninguna de las dos destartaladas etiquetas al uso. Si no es ciertamente de "izquierdas" el malestar que nos embarga ante la pérdida de cosas como el arraigo histórico, la grandeza o la belleza, tampoco es desde luego de "derechas" el desasosiego en que nos sumerge un mundo aplastado por la codicia y la rapiña mercantil.
Pero las ideas que nos mueven no sólo tienen que plasmarse teóricamente: también tienen que hacerlo prácticamente. Que nadie, sin embargo, espere encontrar en estas páginas ningún programa de "acción y redención". Pero que tampoco nadie espere encontrar tan sólo quejumbrosos llantos sobre nuestros males. Denunciar y protestar es tan imperativo como impostergable. Pero no basta. Se trata también de buscar alternativas, de imaginar proyectos, de pensar y soñar en cómo sería un mundo en el que se viera enaltecido lo que hoy se ve aplastado. De eso se trata, y de abordar concretamente los más graves desmanes que conozcamos; de llevarlos ante la opinión pública, convencidos como estamos de que propiciar la toma de conciencia por parte de amplios y decisivos sectores de la sociedad es lo más urgente que en este momento podemos y debemos hacer.
En los puntos que componen la Carta de Principios que con el título de "Ecologistas del espíritu" figura en nuestra contraportada, hallará el lector una buena ilustración de cuanto se acaba de apuntar. Como también la encontrará en las páginas en que las cuestiones teóricas se ven ilustradas con los mil casos de desmanes y estupideces -desternillantes algunos; trágicos otros- que la vida cotidiana nos depara con excesiva frecuencia.
Llamamiento a los lectores
Al lanzar el Manifiesto contra la muerte del espíritu ignorábamos por completo las reacciones que suscitaría. Al lanzar la revista que lleva su nombre, desconocemos igualmente el futuro que le aguarda. Sabemos que nos acechan mil retos y dificultades. Pero sabemos también que, con la colaboración de todos y el favor de los dioses, se vencerán. Tal es la razón por la que, lanzándonos jubilosos al ruedo, alzamos hoy el telón. ¡Que la fiesta comience!
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