
22 abr 2009
-¿Subes y nos tomamos una horchata en mi terraza?

Ese día Nacho no la acompañó a la presentación de nuestra organización en una localidad cercana a la capital. A la vuelta la llevé a su casa y, frente a la puerta, me invitó a tomarnos una horchata en la terraza de su casa. Me dirigió hacia Els Sariers, una conocida horchatería de las afueras de la ciudad donde compramos un litro "para llevar" y unos "fartons".
A los cinco minutos estábamos sentados en torno a una mesa publicitaria de terraza de bar que tenía situada en el centro de la de su vivienda. Su terraza, orientada a poniente y mediodía, tiene unas bonitas vistas de la avenida y de gran parte del barrio de Rascaña.
Hablamos de todo y de nosostros. De la relación de los dos con nuestras respectivas parejas que serían, hasta casi el final de nuestra amistad, las primeras víctimas de nuestro relación. Una relación que, como ella había predicho con sus chinchetas, estaba condenada a no ser más de lo que fue porque estaba ya viciada de inicio pues nacía del engaño. Ese que impidió nuestra mútua confianza sentimental.
Ni durante ni después cuajó la más mínima estabilidad pues todo estaba presidido por la desconfianza, el recelo y una pasión esporádica y desordenada mantenida por nuestro compañerismo político.
Ese día, cuando bajábamos en el ascensor le dije que me hubiera gustado besarla. Ella me miró con una sonrisa culpable pero calló y yo no insistí.
Y me fui como tantas noches y tantas veces sin saber que nos depararía el día siguiente. Los dos sabíamos que lo que estábamos haciendo estaba mal, muy mal, y no lo deseábamos para nosostros mismos pero ¿como podíamos plantearnos llegar a ser pareja cuando éramos conscientes de nuestra capacidad de engañarnos en una relación de cuatro que duraría más de un año?
MEMORIAS DE OGIGIA (VII) ¿Subes y nos tomamos otra horchata en mi terraza?
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