
Ocurrió en los últimos días de julio y primeros de agosto de 2008. Durante varias semanas, pareció que Neira no despertaría del coma; incluso los médicos trataron de persuadir a su esposa, Isabel Cepeda, de que convenía preparar la desconexión debido a que su vida se mantenía gracias a las máquinas. ¡Menos mal que todavía no son legales la eutanasia y el mal llamado suicidio asistido!
Medio año después de la paliza a Neira y de su entrada en una UCI, su historia se ha plasmado en un libro: Diario de Jesús Neira. El hombre que dijo basta. El autor es el escritor Javier Esteban, es otro amigo de Jesús.
Si es difícil escribir un diario personal, más debe serlo escribir el diario de otra persona. Y éste es el reto al que Esteban se ha enfrentado. Comienza el diario el 11 de octubre de 2008, cuando Jesús sale del coma y recupera la consciencia. A partir de ese momento, las charlas con el protagonista y su mujer sirven al autor para presentar al lector acontecimientos pasados, actuales y futuros: la agresión; el calvario sufrido en la Universidad Complutense, de la que fue expulsado; sus ideas políticas; la aparición de la mujer defendida en programas de televisión atacando a Neira; la relación con su mujer y sus hijos; discusiones sobre la fama; el machismo y el feminismo; etcétera. “Aquí está Jesús, el maldito, convertido por su ejemplo en un héroe. Resulta que el proscrito profesor Neira ahora es un ciudadano ejemplar.” La miserable condición humana o las paradojas de la Providencia.
Un librito que me sirvió para aceptar la debilidad humana, y que suelo releer en ocasiones, es Ex Captivitate Salus, de Carl Schmitt, en el que recoge sus meditaciones en la soledad de una celda, apresado por soldados enemigos. Una cita de ese libro es: “¿Quieres conocerte a ti mismo y-quizá aún más- tu situación real? Hay una buena piedra de toque. Observa cuál de las mil definiciones del hombre te parece a primera vista evidente. Observo en mi celda y me convence inmediatamente que el hombre es desnudo”. Desde que sale del coma, Jesús Neira se ve en una situación muy parecida a la de Carl Schmitt: desnudez, soledad, tiempo vacío… Incluso la condición de prisionero de guerra de Schmitt tiene cierto parecido con la situación de Neira, tratado como un apestado por la comunidad universitaria a la que perteneció, como cuenta Esteban: “Sin trinchera, en cierta manera, Jesús quedó aislado a merced de sus enemigos, como un francotirador…”.
¿Qué me ha pasado? ¿Por qué a mí? ¿Voy a salir de este hospital? ¿Cómo quedaré? ¿Qué es de mi mujer y de mis hijos? ¿Cómo el mundo sigue girando cuando yo estoy sufriendo? ¿Por qué se me trata como a un niño o un fenómeno de feria? “El esquileo del dolor” del que hablaba Schmitt, que a él le sirvió para reconocer a Dios, también sacude a Neira. “La desgracia nos abre los ojos sobre lo fatuo de nuestros estados.” Los pasajes más conmovedores del libro son aquéllos en los que Esteban va más allá de las apariencias y de la carne que tocamos. Y en este sentido es de elogiar la reproducción de una letanía que unas monjas amigas rezaban todos los amaneceres.
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