Ese año el Grup de otorgó el Galardón al Doctor D. Juan Gil, el que fuera presidente de la centenaria entidad valencianista Lo Rat Penat y que ya nos había anunciado su afiliación a nuestro proyecto político. Recuerdo que ese día no me encontraba bien y que me pegué la gran sudada por mantener el tipo en un acto en el que, además, tuve que intervenir para glosar al premiado.
Cuando al final entonamos los himnos de rigor, Nacho, ajeno a nuestro mundo, nos miraba la cara como si fuéramos marcianos. Algo de razón tenía. Luego, con el paso del tiempo y por sus circunstancias personales, se volvió un entusiasta. Un buen chico al que se la pegamos todos pero bien. Porque ella siguió con él, con sus altibajos, hasta junio de 2006 en que lo largó de su casa después de reconocerle nuestro pecado. Pero sólo en parte.
El caso es que con nuestro partido en marcha, la incorporé de inmediato al Consejo Constituyente y le pedí que se hiciera cargo del área de salud dada su formación académica. Estaba seguro que lo haría bien y, en este aspecto, fue brillante. En el acto que celebramos en el Palacio de Congresos en Noviembre de 2004 tuvo una intervención estupenda (de la que YouTube da testimonio) con la inestimable ayuda de Nacho, que era informático, y juntos presentaron un power point que nos sorprendió a todos los presentes. Cada día me gustaba más en todos los aspectos.
Así, reunión tras reunión, fue fraguando una amistad y una complicidad que hizo que nos identificáramos ante muchas circunstancias.
Fue entonces cuando emprendí una campaña de conferencias, pueblo a pueblo, hasta el número de 200, pregonando el ideario de nuestra nueva formación. Ella, junto con otros viejos amigos y compañeros de lucha, acudía puntualmente a cada una de mis charlas que, con pequeñas modificaciones, actualizaciones o retoques, eran todas muy parecidas por lo que su presencia continuada se puede calificar de heroica.
Durante los meses de enero y febrero del 2005 nuestra mistad se fue estrechando. Tras varias comidas y cenas compartidas y mensajes (alguno de ella insinuante de que la montaña acudiría a Mahoma si este no hace lo propio), un día quedamos para tomar una cocacola en una zumería ubicada en un chaflán próximo a su trabajo y a la casa de sus padres. Me resultaba ya irreprimible confesarle que me gustaba en todos los aspectos, incluso en el personal. Y lo hice, pero no fui muy explícito pues le confirmé que yo quería a mi mujer y a la que no deseaba hacerle daño. Luego pasó lo que pasó porque ella llevaba ya casi dos años con Nacho y yo 23 con mi mujer.
Y, casi sin quererlo, o sí, las cosas se iban precipitando. Una tarde y en la puerta del Grup le dije que me estaba enamorando de ella y me advirtió que valorara mis palabras y su alcance porque si el tema iba en serio “sabía cómo iba acabar esto” ya que ella “había puesto todas las chinchetas posibles de nuestra relación”.
El caso es que, en ese momento, todo el mundo era ajeno a nuestra íntima amistad. Era una relación de cuatro, yo casado y ella con un novio, Nacho, al que, por otro lado y dada su situación de desempleo, contraté para llevar la informática y base de datos del partido.
La presencia de Nacho era, pues, constante en nuestra relación hasta ese momento de amistad y política, ya que el que trabajara para una de mis empresas como proveedora del partido le hacía omnipresente en todo momento.
Un día, concretamente el 16 de Mayo de 2005, y a la vuelta de la presentación del partido con mi consiguiente charla, la llevé a su casa. A su casa de soltera situada en una gran avenida de nueva promoción y que, al parecer, le habían entregado hacía unos meses.
Ese día empezó el final de esta historia a la que todavía le quedaban dos años de mentiras y engaños. Las chinchetas estaban puestas y con ellas -y lo que suponían- íbamos a hacer daño a mucha gente. Mucha más de la que llegáramos a pensar cuando dimos rienda suelta a la pasión en una verdadera historia de amor con un final desgraciado.
Próximo capítulo:
MEMORIAS DE OGIGIA (VI) ¿Subes y nos tomamos una horchata en mi terraza?
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