31 dic 2008

Palabras de amor

Ayer vi por la primera el concierto de Rosario Flores en el Liceo de Barcelona y, con independencia del estupendo acompañamiento que tuvo con artistas de la talla de Diego el Cigala, Antonio Carmona, la Mari de Chabao, Coti, Paulina Rubio y, cómo no, su hermana Lolita, la verdad es que lo verdaderamente resaltable es la carga de emotividad y ternura que, pese a la fuerza de la raza del linaje de los Flores, tuvieron todas sus interpretaciones.

Sólo quiero dejar nota en este breve post del cariño con que Rosario y Lolita llevan a los escenarios lo mejor de su repertorio tan unido al recuerdo de sus padres y de su hermano Antonio.

Fue un gran concierto. Los amigos de Lolita lo dieron todo. Me llamó la atención el “comomelamaravillariayo” de una estupenda y sorprendente Paulina Rubio que interpretó a dúo con la Flores casi con la misma fuerza que su anfitriona.

Resalto –y cuelgo el enlace- “palabras de amor”, "la distancia" cantada con Coti y un melancólico acordeón, y “no dudaría”, ésta cantada a coro y a modo de colofón de un estupendo concierto cargado de sentimientos y de emociones.

29 dic 2008

Siempre la luna.

Con los ojos cerrados quiero dedicar unas palabras a mi musa de la ternura y del amor.. Pero advierto tras sus expresiones que, pese a su divinidad, sufre como cualquier ser humano los errores y avatares cotidianos que erosionan nuestra tan defendida felicidad.

Le exhorto para que luche por ella y ahora que la siento acosada por la adversidad le mando, con este breve poema, un abrazo, no, un abracito cálido, reconfortante y esperanzador con la seguridad de que más pronto que tarde las aguas, por las que ella siempre serpentea y se desliza, volverán al cauce de la normalidad.

Allí nos veremos.


La luna cruza tu lecho
cuidando de no despertarte,
y guarda, cómplice, secreto
de tu amor que,
entre pecho y pecho,
mece su espíritu errante.

Y cruza por tu ventana
y te mira
y calla.

Pero con su tenue resplandor
abraza tu alma de niña
y te susurra al oído,
y no es riña,
que no des tregua al amor.
Mi amor.
Mi niña.

27 dic 2008

La impostura social de Zapatero

El partido socialista pasa por representar el paradigma de la defensa de los derechos de los trabajadores y de los desfavorecidos pero como estamos comprobando la formación liderada por Zapatero es un auténtico fraude que vive de jalear etiquetas supuestamente progresistas mientras practica una de las políticas capitalistas más radicales de Europa.

Estamos observando cómo después de dilapidar el superávit económico del estado y de crear un millón de parados multiplicando la media europea, Zapatero llena los bolsillos a la banca española sin que nadie le exija que cumpla el objetivo social de hacer llegar ese dinero a los ciudadanos para activar la economía española.

El dinero del banco de España se queda en la banca mediante la compra de créditos y aliviando sus riesgos financieros. Y mientras Gordon Brown en Inglaterra, Sarkozy en Francia y Angela Merkel en Alemania advierten a la banca con intervenciones y nacionalizaciones si no se asegura una permeabilidad económica que permita un flujo financiero que, a su vez, garantice que el dinero llegue a los ciudadanos, Zapatero expolia la hacienda pública regalando nuestro dinero a las clases más adineradas.

Y por si esto no fuera poco, el descaro socialista se multiplica exponencialmente cuando observamos cómo, precisamente en el decreto ley que desarrolla la Ley de Prevención del Fraude Fiscal, se establecen reducciones de hasta el 18 % de los rendimientos de capital obtenidos por los banqueros en sus propios bancos.
El PSOE es el partido de la banca y de los banqueros. Y mientras la economía española está a punto de morir esclerotizada por las prácticas abusivas del nuevo "corralito" socialista los agentes sociales, victimas de sus propias servidumbres, guardan un sepulcral y vergonzoso silencio.
Comisiones bancarias, Comisiones Obreras, siempre comisiones, prebendas, privilegios, exenciones para los amigos, son las características del nuevo socialismo que mantiene el marchamo mareándonos con los vuelos a Guantánamo, la memoria histórica y la legalización del aborto libre mientras pela marisco con las patronales bancarias en Horcher o Zalacaín. Y no pasa nada.

El PP practica una oposición de guardarropía, no sea cosa que se opongan demasiado y les digan que son de extrema derecha o algún banquero les llame la atención. Y por la izquierda nos encontramos un auténtico solar político que ha perdido toda su legitimidad moral. Los sindicatos se han convertido en estructuras funcionariales y sus dirigentes no pasan de ser una panda de aspirantes a burgueses que callan para no ver peligrar los fondos provenientes de las ayudas del estado y de los millones de euros que para formación del pesebre sindical reciben de los gobierno de turno, sea nacional o autonómicos, sea del PSOE o del PP.

La economía española está secuestrada por la tríada política, empresarial y sindical, mientras las clases medias y las más desfavorecidas sufren lo peor de un capitalismo ramplón caracterizado por la picaresca a gran escala y la desvergüenza de su nomenclatura.

Zapatero es la viva representación del fracaso del PSOE en su forma de intervención del libre mercado y la insoportable teatralización de la que hace gala en todas sus comparecencias personales es la fiel expresión de la impostura de un socialismo que engaña de la manera más obscena a una ciudadanía que no llega a percibir el espectacular enjuague de intereses personalísimos que es, hoy por hoy, la economía española.

26 dic 2008

A mis hermanitos colifatos (O la magia de la palabra)

Soy de la última generación que estudio los Evangelios de San Juan en griego y latín.

Ayer, día de Navidad, en Misa volvimos a leer el texto bíblico y me recordaba a mi mismo recitando en clase el “In principio erat Verbum, et Verbum erat apud Deum, et Deus erat Verbum. Hoc erat in principium apud Deum.”. "En el principio era la Palabra y la Palabra era Dios y la Palabra estaba con Dios".

La palabra ha tenido a lo largo de la historia una dimensión divina -Logos, Vebum- y una dimensión cotidiana y comunicativa. Probablemente dentro de esta última alcanza su máxima expresión cuando es instrumento terapéutico, de integración y, por supuesto, de amor entre los hombres. Y su mínima, la más execrable, cuando es vehículo de la manipulación y de la mentira.

Vivimos en una sociedad donde la solidaridad está de moda. Y también en este terreno, elevado a principio normativo y piedra miliar de los ordenamientos jurídicos contemporáneos, la palabra se hace demagogia y habitó entre nosotros.

La solidaridad social del liberalismo es parte de la mentira del sistema dominante, una moda pasajera, un símbolo más del “packaging” social con la que todo ha de ir etiquetado. Y todos los productos solidarios no son más que fruto de una solidaridad superficial y sensiblera que sirve para ocultar nuestra mala conciencia y parte de nuestro desorden moral hacia las personas más necesitadas ahora llamadas “dependientes” o “con riesgo de exclusión social”·

Nuestro mundo, con esa nueva presentación, sigue practicando una solidaridad de escaparate y de limosna, y donde la idiotez del género humano se manifiesta en las mesas petitorias, maratones televisivos y “rastrillos” que vienen a aliviar la conciencia de un mundo que no quiere dar una respuesta definitiva a la exclusión social y que se niega a que ese principio constitucional pase a ser parte prioritaria de la estructura del estado.

La política, desentendiéndose de esta misión, ha subrogado en los colectivos afectados la responsabilidad y trabajo de integrar social y laboralmente a los más necesitados.

Hoy, en estas fechas navideñas, y todo el año, vamos a recordar a aquellos héroes que luchan a diario por encontrar un sitio en nuestro complicado mundo. A aquellos que necesitan la palabra en su dimensión de compromiso, de cariño y de solidaridad no sólo para sentirse reconfortados sino para abrirles y abrirse, aunque sea a codazos, las puertas de un mundo puñetero que no es que esté loco sino que el ser humano es extraordinario en su insensibilidad y hedonismo.

A mis hermanitos colifatos de todo el mundo, enfermos mentales, discapacitados psíquicos, físicos, sensoriales, a todos, que vais recogiendo la palabra yo os doy mía. Aquí y en donde haga falta nos seguiremos encontrando.

25 dic 2008

Esta es la mía

Lo digo porque hasta hoy he estado experimentando durante dos meses y a modo de diario o de archivo digital he ido colgando entradas de amigos y admirados con los que uno tiene algo mas que un lazo literario. Esta, en efecto, es mía.
Ahora entro con mi artillería para ver si vale la pena pensar, escribir y colgarlo en un blog que quiero que sea un pequeño, muy muy pequeño espacio, para compartir con pocos, muy muy pocos.

Hay determinadas cosas, probablemente las mas bellas, las más íntimas, y que no he llevado a mis libros. Estoy hablando de sentimientos. Y un guerrero como yo no puede dar publicidad a su descanso so pena de que el enemigo lo sorprenda inerme en los mas elevados menesteres del hombre: orar, llorar, amar y reir.

Quiero que este blog sea mas vida que mi vida. Mas emocionante, mas excitante incluso que el día a día en el que, como fiel palafrenero de la verdad, blando mis armas contra los terribles orcos del lado oscuro dominado por el señor de la mentira.

Vamos, que este blog, corriendo el riesgo de ser tildado de cursi por cualquier intruso contra el que -ya lo aviso- ejerceré implacable el derecho de admisión- quiero que sea un espacio para aquellos que quieran quererme y que les quiera, amarme y que les ame, emocionarme y que les emocione y experimentar, con la máxima ternura posible, el intercambio de sentimientos a través la palabra.

Así que el que no sepa amar....

22 dic 2008

Urinarios digitales. (O la disolución del mal)

Este artículo es de mi amigo Javier Esparza, el emboscado, director del programa "la estrella polar" de la COPE

El Gobierno se gasta el dinero en urinarios digitales. Un consejero de la Junta de Extremadura se lo gasta en cuadros. El presidente del parlamento catalán se lo quería gastar en una limusina-despacho con reposapiés de maderas nobles. De los gallegos, más vale no hablar. Y en Andalucía se superan todos los límites de la indecencia. La corrupción aflora en tiempos de crisis. Y sin embargo, en el fondo, ¿qué importancia real tiene todo esto? No es una enfermedad; es sólo el síntoma –entre otros– de una enfermedad que anida mucho más hondo.

¿Urinarios digitales? El Emboscado mira todas estas cosas con distancia, incluso con cierta desengañada ternura. Al contrario que el burgués, que se siente herido personalmente por el mal uso de los fondos públicos, el Emboscado ha aprendido a olvidar cualquier expectativa. ¿Por indiferencia? No. ¿Por caridad? Tampoco. ¿Entonces? Por falta de fe en el hombre. Uno puede poner sus esperanzas en las personas, en tal o cual persona. Pero ponerlas en el Hombre, en general, es condenarse a una segura decepción.

Vivimos en un mundo organizado de tal modo que la decepción ética es una certidumbre cotidiana. Sencillamente, no es posible defender un sistema en el que cada cual ha de buscar su propio interés y, al mismo tiempo, ofenderse cuando el egoísmo (“legítimo”) lleva a entrar en territorios prohibidos. Es una cuestión de filosofía moral. El burgués, moderno, kantiano, es un demócrata moral que piensa –prejuicio optimista– que cada cual será capaz de cumplir con su deber. Por eso, cuando alguien mete la mano en la caja, se rasga las vestiduras y pide inmediatamente que el culpable sea sustituido por otro –otro que también la meterá.

Pero el Emboscado, que ya no es moderno, no tiene la menor fe en la democracia moral. Por puro realismo histórico, sabe que hay bien y hay mal, que hay gente buena y gente mala, y que un orden que renuncia a imponer el bien no tardará mucho en amparar el mal. En la primera carta que Jünger envió a Carl Schmitt, el autor de La Emboscadura decía que la modernidad podía describirse como un proceso de disolución del mal; porque la clave de ese movimiento histórico –en el que hoy nos hemos bañado hasta la asfixia– ha sido la desaparición del mal como referente práctico cotidiano, y si ya no se ve dónde está el mal, entonces el mal reina. Es una idea que puede ponerse en relación con la fórmula de Nietzsche “Dios ha muerto” o, aún mejor, con la de Leon Bloy: “Dieu se retire”.

El Emboscado, sin embargo, no ha renunciado a cambiar las cosas o, más modestamente, a que las cosas cambien. Hay esperanza. Porque dentro de cada persona hay un tesoro por explorar, y ese tesoro permanece vigente por encima de los tiempos y los linajes. Sabemos, eso sí, que el tesoro no aflorará jamás en un mundo que valora más las baratijas que el oro. Hace falta un cambio de perspectiva, pero en vano lo esperaremos si nos limitamos a permanecer en el bazar de los buhoneros. Los nuevos buscadores de tesoros esperan extramuros de la ciudad –por ejemplo, en el bosque. Y llegará un día en que el bosque será más grande que la ciudad misma.

Mientras llega ese momento, que esperamos en vigilia activa, endulcemos la noche escuchando a la fascinante Mairead Nesbitt, la hermosa violinista de Celtic Woman. Deje que el alma fluya con su música:

http://www.youtube.com/watch?v=vXswgSpBy7w&feature=related

14 dic 2008

La cúpula de Barceló se desmorona

José Vicente Pascual/ Veinte millones de euros costó la genialidad del artista que hoy adorna el Palacio de las Naciones Unidas en Ginebra. De ese montante, el gobierno español aportó el 40%, con cargo a programas de ayuda a países pobres.
El resto de la fortuna lo pusieron empresas privadas. Se trata, por así decirlo, de un regalo del gobierno español a Naciones Unidas.
Veinte millones de euros, seis millones por los honorarios de Barceló, sin incluir el alojamiento en una de las zonas más exclusivas de Cologny mientras trabajaba en su obra: quince mil francos suizos al mes de alquiler, una miseria; y un cocinero francés a su servicio, que no se me olvide.
Las cosas se hacen bien o en plan chapuza, y a la hora de tirar la casa por la ventana no nos gana nadie. Se podía haber conformado Barceló con un cocinero valenciano, pongamos por caso, pero lo suyo, lo chic de la muerte de morirse, era la nacionalidad francesa del restaurador. Como toca.
Ahora la famosa cúpula se viene abajo. Un metro cuadrado ha caído por los suelos. Los servicios técnicos de la ONU explican que la humedad y el calor se han acumulado en ciertas zonas y que estos problemas podrían ir a más. Total, que la magna y carísima obra dura menos que un reloj comprado en un chino.
El incidente podría tomarse como una metáfora sobre lo efímero y muy inútil de la vanagloria y el despilfarro, pero más que alegoría se trata de una tozuda evidencia: se cae el techo de Barceló y se cae todo lo que es importante para ellos, esa gente que regala millones de euros a los ricos en tanto que, por supuesto, los escatiman a los pobres.
Se derrumba el sistema financiero, el crecimiento económico, el empleo, el estado del bienestar... todo se va hundiendo poco a poco en un magma voraginoso, malignamente apetitivo: la realidad.
Cuando el último chupitel del techo de Barceló haya agujereado los zapatos del último desempleado de occidente, alguien clamará por soluciones a la crisis. Alguien dirá “estamos en crisis” pero nadie, ninguno de ellos, reconocerá que somos la crisis, que nuestro mundo está fundamentado en la irracionalidad, que la incongruencia, la injusticia y la desigualdad no son efectos indeseados sino la ley necesaria para la pervivencia del sistema.
Cuando el agua nos llegue al cuello, alguien con plaza arriba del todo dirá: “Hagamos un sacrificio, bajemos todos un peldaño en la escalera”. Entonces se quedarán solos, contemplando estupefactos cómo el tiempo y su lógica reducen el maravilloso techo a lo que siempre fue: nada. Una nada de veinte millones de euros. Una nada que se cae a pedazos.



Documentación: FREEMAN DYSON.

FREEMAN DYSON, EL SABIO QUE CONTRADICE A AL GORE
El hereje del cambioclimático.
A sus 85 años, este inglés se ríe de los ecologistas que siguen los postulados de Al Gore porque argumenta que «el cambio climático no es tan preocupante». Al reputado científico Freeman Dyson le tachan de loco e imbécil por asegurar que en Groenlandia «están encantados con el calentamiento global».

Durante más de medio siglo, el eminente físico Freeman Dyson residió discretamente en Princeton (estado de Nueva Jersey), en la antigua explotación agrícola, ahora cubierta de árboles, que es la sede del patrón para el que trabaja: el Institute for Advanced Study (Instituto de Estudios Avanzados), el colectivo con más sabios por metro cuadrado de Estados Unidos. Últimamente, sin embargo, desde su «salida del armario en lo que al calentamiento del planeta se refiere», tal y como el mismo Dyson se refiere a su postura sobre este tema, se ha montado un gran revuelo a su alrededor. Páginas de debate en la Red, secciones de cartas al director y el propio correo electrónico de Dyson rebosan de invectivas en las que este inglés de 85 años se ve calificado como «imbécil pretencioso», «estercolero de desinformación» y, quizás de forma inevitable, «científico loco».

Todo empezó un día en que a Dyson le dio por exponer que cualesquiera que fueran las alteraciones que el clima estuviera experimentando, «podrían ser una buena cosa porque el dióxido de carbono contribuye al crecimiento de todo tipo de plantas». A continuación, añadió que en caso de que los niveles de CO2 aumentaran de manera excesiva podrían reducirse mediante el cultivo masivo de «árboles consumidores de carbono», creados especialmente al efecto. A raíz de semejante afirmación, Eric Posner, profesor de Derecho de la Universidad de Chicago, repasó cuidadosamente el denso expediente de doctorados honoris causa que ha recibido Dyson (un total de 21, en universidades como Georgetown, Princeton y Oxford) y después insinuó que «quizás también fuera posible diseñar árboles que indicarán a los excursionistas la dirección correcta para que no se pierdan».

George, un hijo de Dyson, experto en historia de la tecnología, asegura que las opiniones de su padre le han alejado de muchos de sus amigos. Hay quienes sospechan que este anciano, un científico del siglo XX, por grande que haya sido, no es que esté equivocado, es que está directamente acabado, que ya no tiene la cabeza para nada. Sin embargo, según la respetable opinión del neurólogo Oliver Sacks, amigo de Dyson y, como él, otro inglés emigrado, el científico está lejos de ese tópico. «Sigue teniendo una mente abierta y flexible», afirma.

Palabra de sabio. Sea como fuere, la postura de Dyson es mucho más inclasificable que la del típico derechista gruñón que reniega del cambio climático. Es un científico cuya inteligencia goza del respeto de sus colegas. Un prodigio de las matemáticas, que aterrizó en Estados Unidos con 23 años y al día siguiente, como quien dice, ya había contribuido al desarrollo de la electrodinámica cuántica con un trabajo pionero en ambas ramas de la física. Y no sólo abrió por su cuenta nuevos caminos a la ciencia, sino que también presenció, en primera fila, los avances de la física moderna junto a algunas de las personalidades más brillantes de la época, entre ellas, Einstein, Richard Feynman y Niels Bohr.

Entre las grandes dotes de Dyson destacan su claridad interpretativa y su capacidad de penetración para captar el método y la trascendencia de lo que hacen científicos de muy diferentes especialidades. Sus reflexiones sobre cómo funciona la ciencia se recogen en una serie de libros lúcidos y nada enrevesados, destinados a los no expertos, que han hecho de él un árbitro de confianza para valorar ideas que van más allá de la física.

Por ejemplo, Origins of Life (orígenes de la vida, 1999), que sintetiza y evalúa los últimos descubrimientos de biólogos y geólogos sobre la hipótesis del origen doble de la vida, es decir, de la posibilidad de que la vida empezara en dos momentos diferentes; Disturbing the Universe (alterar el universo, 1979), que trata, entre otras cosas, de reconciliar la ciencia con la Humanidad, y Weapons and Hope (armas y esperanza, 1984), su meditación sobre el sentido y el riesgo de las armas nucleares, que ganó el Premio Nacional del Círculo de Críticos de Libros.

Dyson está convencido de que esta época de la informática que estamos viviendo dará paso muy pronto a la época de la «biotecnología domesticada». La biotecnología, según escribe en su libro Infinite in All Directions (infinito en todas las direcciones, 1988), «nos ofrece la oportunidad de imitar la velocidad y la flexibilidad de la naturaleza». El autor imagina que la gente «desarrollará» un mobiliario a la carta y cachorritos de dinosaurio para sus hijos (él ha tenido seis), además de una serie de parientes de un árbol consumidor de carbono mediante manipulación genética: también termitas que se comerán los automóviles desguazados, una patata que podrá crecer en la superficie roja y árida de Marte, un automóvil capaz de evitar la colisión con otros...

Semejantes ideas suscitan las mismas burlas que los ensayos de Dyson sobre el cambio climático, pero él es un octogenario con visión de futuro que no se inmuta por nada. «Yo no creo que esté haciendo futurología. Estoy exponiendo posibilidades, cosas que podrían ocurrir. En gran medida, es cuestión del empeño que se ponga o no en que ocurran. El objetivo de pensar en el futuro no es predecirlo sino aumentar la esperanza de la gente», advierte.

Dyson es perfectamente consciente de que «muchos creen que estoy equivocado en el tema del calentamiento del planeta». Pero él no se adhiere a ninguna ideología y experimenta una aversión fulminante al consenso científico. Por encima de todo, el inglés es un estupendo científico que se plantea los interrogantes más difíciles. Podría ser un profeta solitario o, como él mismo reconoce, podría estar completamente equivocado.
Contracorriente. Hace cuatro años que Dyson empezó a exponer públicamente sus dudas sobre el cambio climático. En una conferencia en el Centro Frederick S. Pardee para el Estudio del Futuro a Más Largo Plazo, en la Universidad de Boston, proclamó que «todo este jaleo acerca del recalentamiento del planeta se ha exagerado de la manera más burda». Desde entonces, no ha hecho sino atizar aún más el fuego de sus dudas.
En 2007, declaró en una entrevista concedida a la revista on line Salon.com: «El hecho de que el clima se esté volviendo más cálido no me asusta lo más mínimo». Meses más tarde, escribió un ensayo para The New York Review of Books donde afirmaba que el cambio climático «ha pasado a ser el artículo fundamental de fe de una religión secular de ámbito mundial conocida con el nombre de ecologismo».

De todos los que él considera fervientes seguidores de esa religión, Dyson ha convertido a Al Gore en el particular blanco de su desprecio. En su opinión es el «propagandista principal» del cambio climático; él y James Hansen, director del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA y asesor de la película de Gore Una verdad incómoda. Dyson acusa a ambos de apoyarse de manera desmedida en modelos climáticos generados por ordenador que pronostican una inminente devastación mundial por culpa de la fusión de los hielos polares, la subida del nivel de los océanos y otras catástrofes que arrasarán la Tierra. Y les echa en cara «unos pésimos conocimientos científicos» con los que «distraen la atención de la opinión pública de peligros más graves y más inmediatos para el planeta».

En su opinión, «los que se dedican al estudio del clima y trabajan con modelos informáticos tienden a sobrevalorar esos modelos. Se llegan a creer que son reales y se olvidan de que no son más que eso, simulaciones». Los modelos climáticos, a ojos de Dyson, toman en consideración variables como los mecanismos atmosféricos y los niveles de las aguas, pero no tienen ninguna sensibilidad hacia la química y la biología del cielo, la tierra y los árboles.

Calentamiento local. Eso no quita para que el científico esté de acuerdo con la opinión predominante de que en la atmósfera hay unos niveles de dióxido de carbono, causados por la actividad del hombre, que están aumentando rápidamente. Pero para el planeta, apunta él, este aumento del carbono podría muy bien ser una circunstancia que en último término resultara beneficiosa en «un período relativamente frío en la Historia de la Tierra». El calentamiento, según él, no es universal sino localizado, «calienta los lugares fríos, pero no calienta más los lugares cálidos».

Lejos de temer las terribles consecuencias perjudiciales de estas temperaturas cada vez más elevadas, estima que el dióxido de carbono podría resultar saludable, un indicio de que «en realidad, el clima está mejorando en lugar de ir a peor», porque actúa como un fertilizante ideal que estimula el crecimiento de los bosques y la producción agrícola. «En su mayor parte, la evolución de la vida se produjo en una planeta considerablemente más cálido de lo que es en la actualidad y considerablemente más rico en CO2», sostiene.
Dyson considera que la acidificación de los océanos, que según muchos científicos está destruyendo la cadena alimenticia es, efectivamente, un problema, pero que, probablemente, «se haya exagerado». Los niveles de los mares están aumentando de manera constante, añade, pero «hasta que no sepamos mucho más acerca de sus causas, no pueden predecirse ni las razones de que eso sea así ni los peligros que pueda encerrar».

Para Hansen, el asesor de Al Gore, la causa siniestra del apocalipsis que amenaza el medio ambiente es el dióxido de carbono presente en el humo del carbón. «El carbón es la principal amenaza de la civilización y de la vida entera en nuestra planeta», ha escrito. Y se ha referido a los vagones de ferrocarril que transportan carbón como «trenes de la muerte».

Por su parte, Dyson ha dejado bien claro, en conversaciones y en mensajes de correo electrónico, su opinión de que «la cruzada de Jim Hansen contra el carbón exagera los daños que puede causar el dióxido de carbono».

El carbón contiene «contaminantes, sin ningún género de dudas», como hollín, azufre y óxido de nitrógeno, «un mejunje realmente repugnante que hace que la gente se ponga enferma y que resulta peligroso». Esos subproductos «se consideran algo malo, moralmente hablando, y con razón, pero pueden reducirse a niveles bajos mediante descontaminantes a un coste razonable». Según él, Hansen «explota» la toxicidad de esos elementos de la combustión del carbón como fórmula para condenar el dióxido de carbono que liberan, «que no puede reducirse a un coste razonable, pero que tampoco produce un perjuicio importante».

Más allá de los puntos concretos de controversia sobre los datos, Dyson ha manifestado que todo se reduce a «un desacuerdo profundo sobre valores» entre aquellos que creen que «la naturaleza sabe lo que es mejor y que toda alteración flagrante del medio natural es algo malo», y «los humanistas», entre los que él se cuenta, que sostienen que la protección de la biosfera en sus condiciones actuales no es tan importante como hacer frente a males que producen mayor repugnancia, como la guerra, la pobreza y el desempleo.

A menudo, Dyson pone como modelo su amada Inglaterra y sus paisajes. La modificación de los montes y las tierras bajas del país, realizada con éxito, ha creado una ecología verde totalmente diferente que ha permitido a plantas, animales y seres humanos salir adelante en «una comunidad de especies». Siempre se ha opuesto a la idea de que haya algo así como un ecosistema óptimo («la vida es algo siempre cambiante», advierte) y reprueba la opinión de que hombres y mujeres sean una especie que no tenga nada que ver con la naturaleza, aquello de que «debamos pedir perdón por ser humanos, aunque tenemos la obligación de reestructurar la naturaleza para sobrevivir».

Alarmado. Quizás todo esto explique las razones por las que este mismo hombre pudo escribir que «vivimos en un planeta vulnerable y en declive que nuestra falta de previsión está transformando en una ruina» y, sin embargo, reprender con buenas maneras a esos norteamericanos que se manifiestan contra el carbón en Washington. Dyson siente un gran aprecio por el carbón, y tiene una buena razón para ello: es tan barato que casi todo el mundo puede costeárselo. En su opinión, «el paso de las poblaciones de China y la India, de la pobreza a la prosperidad de la clase media, debería considerarse el gran logro histórico del siglo. Sin carbón no habría sido posible». Dicho lo cual, Dyson ve el carbón como el combustible provisional del progreso. En «apenas 50 años, la energía solar habrá pasado a ser barata y abundante, y hay muy buenas razones para preferirla al carbón», pronostica.

Lo que quizá más preocupa a Dyson en relación el cambio climático son los expertos. En su opinión, «caen con frecuencia en una parálisis causada por la opinión predominante que ellos mismos generan, lo que les lleva a creer que lo saben todo de todo».

Para el sabio es un motivo de orgullo que en 1951 fuera admitido como miembro de la Facultad de Física de la Universidad de Cornell y que, dos años más tarde, pasara al Instituto de Estudios Avanzados, donde ha llegado a ser un hombre influyente, un pragmático que ha ofrecido soluciones al Ejército y al Congreso de Estados Unidos. También fue un orgullo ganar en 2001 el Premio Templeton, dotado con un millón de dólares, por haber profundizado en el entendimiento entre ciencia y religión, galardón que con anterioridad se había concedido a la Madre Teresa y a Aleksander Solzhenitsyn. Y todo eso sin haberse sacado jamás el doctorado. De hecho, puede que Dyson sea el caso más claro de persona que está con un pie fuera y otro dentro del mundo académico, «el hereje más civil del mundo», como lo describe el compositor de música clásica Paul Moravec.

Los expertos en cambio climático hablan con frecuencia del calentamiento del planeta como un asunto de conciencia en el plano moral. Dyson comenta que, desde su punto de vista, esos expertos le parecen unos presuntuosos. «Siempre es posible que al final resulte que Hansen esté en lo cierto. Ahora bien, Hansen ha convertido la ciencia en ideología. Es un tipo muy persuasivo y transmite la impresión de que lo sabe todo. Tiene las mejores acreditaciones. Yo no tengo ninguna, ni siquiera tengo un doctorado. Ha publicado centenares de ensayos sobre el clima; yo, no. De acuerdo con los baremos públicos, está cualificado para hablar y yo, no. No obstante, yo lo hago porque creo que estoy en lo cierto. Creo que tengo una visión amplia sobre este tema, cosa de la que Hansen carece. Creo que, además, mi carrera no depende de este tema, mientras que la suya, sí. Yo nunca afirmo que sea un experto en clima. Yo creo que es más una cuestión de criterio que de conocimientos», opina.

Debatido Al Gore. Preguntado por teléfono al propio Hansen acerca de Dyson, responde que tiene «cosas más importantes que hacer que ocuparme de Freeman: no tiene ni idea de lo que está hablando». En un mensaje de correo electrónico, añade que su preocupación por el cambio climático no se basa exclusivamente en modelos y que, si bien respeta «la falta de prejuicios» de Dyson, «si quiere divagar sobre una cuestión que tiene importantes consecuencias para la Humanidad y otras formas de vida en el planeta, lo primero que tendría que hacer es documentarse, cosa que evidentemente no ha hecho en lo que al calentamiento del planeta se refiere».

Una noche de febrero, Dyson e Imme, su mujer, de 51 años, se pusieron a ver una vez más el documental Una verdad incómoda. Al Gore hablaba de Roger Revelle, un científico de Harvard, ya fallecido, que fue el primero que alertó al Premio Nobel de la Paz en 2007, todavía estudiante, de lo graves que podían llegar a ser los problemas climáticos.

Al Gore lanzaba sus advertencias sobre la fusión de las nieves del Kilimanjaro, la desaparición de los glaciares del Perú y los niveles de carbono en el aire, que «no se reflejan adecuadamente». «Los denominados escépticos sostienen que parece que todo está bien», decía Gore. Entonces Imme miró a su marido y entablaron esta conversación:

–¿Cuánto va a tener que subir el nivel de los océanos antes de que reconozcas que éso no está bien?
–Hasta que vea que hay pruebas evidentes de un daño.
–Será demasiado tarde. ¿No deberíamos hacer algo más de lo que la naturaleza está haciendo?
–Los costes de lo que Al Gore propone serían extremadamente altos. Si se limita el dióxido de carbono, la vida se vuelve más cara y los pobres salen perjudicados. A mí me preocupan los chinos.
–Ellos son los mayores contaminadores del mundo.
–También son los que más están cambiando su nivel de vida, de ser pobres a ser clase media. Para mí, eso es valiosísimo.

La película sigue con predicciones de Gore sobre huracanes, tifones y tornados de gran violencia. «¿Cómo es posible que esto ocurra?», se pregunta al hablar del huracán Katrina. ¿La naturaleza se está volviendo loca? «Eso es una tontería. En el caso del Katrina, todos los daños se debieron al hecho de que nadie se había tomado la molestia de construir unos diques adecuados. Mencionar el Katrina y establecer cualquier relación con el calentamiento del planeta es tremendamente engañoso», comenta en tono calmado.
Aparecen escenas del Ártico mientras Gore habla de la desaparición de los hielos, de árboles arrasados y de osos polares que se ahogan. «El Ártico ha estado libre de hielos durante la mayor parte de la Historia. Hace un año, fuimos a Groenlandia cuando el calentamiento estaba en su momento de mayor intensidad, y todo el mundo estaba encantado», puntualiza Dyson. «Estaban encantados», refrenda Imme. «Podían cultivar repollos».

Termina la película y Dyson afirma: «En mi opinión, Gore hace un trabajo magnífico. Yo diría que para la mayor parte de la gente esta película va a ser enormemente eficaz. Sin embargo, yo conocí personalmente a Roger Revelle y era un escéptico, sin duda alguna. No está vivo para defenderse por sí mismo».

«Gore es un predicador de primera. Sería mejor que atacáramos los problemas reales, como la extinción de especies y la pesca abusiva. Hay infinidad de medidas que podríamos adoptar», agrega. «¡De todas formas, yo me quedaría más satisfecha si me compraras un Toyota Prius [modelo de automóvil poco contaminante]!», reclama Imme. «Juguetes para ricos», concluye su marido con una sonrisa.

Nicholas Dawidoff, colaborador de The New York Times Magazine, ha escrito cuatro libros, el más reciente se titula The Crowd Sounds Happy (La gente parece contenta).

23 nov 2008

LOS FASCISTAS LLEVAN CORBATA

Cuando digo que este país es una mierda, algún lector elemental y patriotero se rebota. Hoy tengo intención de decirlo de nuevo, así que vayan preparando sellos. Encima hago doblete, pues voy a implicar otra vez a Javier Marías, que tras haberse comido el marrón de mis feminatas cabreadas, acusado de machista –¿acaso no se mata a los caballos?–, va a comerse también, me temo, la etiqueta de xenófobo y racista. Y es que, con amigos como yo, el rey de Redonda no necesita enemigos.

Madrid, jueves. Noche agradable, que invita al paseo. Encorbatados y razonablemente elegantes, pues venimos de la Real Academia Española, Javier y yo intentamos convencer al profesor Rico –el de la edición anotada y definitiva del Quijote– de que el hotel donde se aloja es un picadero gay. Lo hacemos con tan persuasiva seriedad que por un momento casi lo conseguimos; pero el exceso de coña hace que, al cabo, Paco Rico descorne la flor y nos mande a hacer puñetas. Que os den, dice. Y se mete en el hotel.
Seguimos camino Javier y yo, risueños y cargados con bolsas llenas de libros. Bolsas grandes, azules, con el emblema de la RAE. Cada uno de nosotros lleva una en cada mano. Así cruzamos la parte alta de la calle Carretas, camino de la Plaza Mayor.

Imaginen –visualicen, como se dice ahora– la escena. Capital de España. Dos señores académicos con chaqueta y corbata, cargados con libros, hablando de sus cosas. Del pretérito pluscuamperfecto, por ejemplo. En ese momento pasamos junto a dos individuos con cara de indios que esperan el autobús. Inmigrantes hispanoamericanos. Uno de ellos, clavado a Evo Morales, tiene en las manos un vaso de plástico, y yo apostaría el brazo incorrupto de don Ramón Menéndez Pidal a que lo que hay dentro no es agua. En ésas, cuando pasamos a su altura, el apache del vaso, con talante agresivo y muy mala leche, nos grita: «¡Abajo el Pepé!… ¡Abajo el Pepé!».

Y cuando, estupefactos, nos volvemos a mirarlo, añade, casi escupiendo: «¡Cabrones!».
Me paro instintivamente. No doy crédito. «¡Pepé, cabrones!», repite el indio guaraní, o de donde sea, con odio indescriptible. Durante tres segundos observo su cara desencajada, considerando la posibilidad de dejar las bolsas en el suelo y tirarle un viaje.

Compréndanme: viejos reflejos de otros tiempos. Pero el sentido común y los años terminan por hacerte asquerosamente razonable. Tengo cincuenta y siete tacos de almanaque, concluyo, voy vestido con traje y corbata y llevo zapatos con suela lisa de material. Mis posibilidades callejeras frente a un sioux de menos de cuarenta son relativas, a no ser que yo madrugue mucho o Caballo Loco vaya muy mamado. Sin contar posibles navajas, que alguno es dado a ello.

Además tiene un colega, aunque nosotros somos dos. Podría, quizás, endiñarle al subnormal con las llaves en el careto y luego ver qué pasa con el otro; pero acabara la cosa como acabara –seguramente, mal para Marías y para mí–, incluso en el mejor de los casos, con todo a favor, hay cosas que ya no pueden hacerse. No aquí, desde luego. No en este país miserable.

Imaginen los titulares de los periódicos al día siguiente: «El chulo de Pérez-Reverte y el macarra de Marías se dan de hostias en la calle con unos inmigrantes». «Xenofobia en la RAE.» «Dos prepotentes académicos racistas, machistas y fascistas apalean salvajemente a dos inmigrantes.» Aunque aún podría ser peor, claro: «Marías y Reverte, apaleados, apuñalados e incluso sodomizados por dos indefensos inmigrantes».

Marías parece compartir tales conclusiones, pues sigue caminando. A envainársela tocan. Lo alcanzo, resignado, y llegamos a la Plaza Mayor rumiando el asunto. «Es curioso –dice pensativo–. A mí tío, republicano de toda la vida, lo insultaban por la calle, durante la República, por llevar corbata.» Yo voy callado, tragándome aún la adrenalina.

Quién va a respetar nada en esta España de mierda, me digo. Cualquier analfabeto que llegue y vea el panorama, que oiga a los políticos arrojarse basura unos a otros, que observe la facilidad con la que aquí se calumnia, se apalea, se atizan rencores sociales e históricos, tiene a la fuerza que contagiarse del ambiente. Del discurso bárbaro y elemental que sustituye a todo razonamiento inteligente.
De la demagogia infame, la ruindad, el oportunismo y la mala índole de la vil gentuza que nos gobierna y nos envenena. Ésta es casa franca, donde todo vale. Donde todos tenemos derecho a todo. Cualquier recién llegado aprende en seguida que tiene garantizada la impunidad absoluta.

Y pobre de quien le llame la atención, o le ponga la mano encima. O tan siquiera se defienda.
Así que ya saben, señoras y caballeros. Ojito con las corbatas y con todo lo demás cuando salgan de la RAE, o de donde salgan. Nos esperan años interesantes. Tiempos de gloria.
www.xlsemanal.com/perezreverte
smarah@hotmail.es

17 nov 2008

En busca del nuevo mito

¿Hasta qué punto es posible encontrar un nuevo mito para una época caracterizada por la incertidumbre y por una creciente confusión? En la primera parte de las presentes reflexiones, he dibujado, a grandes rasgos, las principales interpretaciones teóricas sobre la situación histórica existente, dentro del mundo internacional, a principios del siglo XXI. A continuación, someto a la consideración del lector algunas ideas sobre la posibilidad, naturaleza y alcance de un nuevo gran mito para nuestro tiempo.
Y no se trata, por cierto, de elaborar irrealizables proyectos de gabinete, a los que tan aficionados han sido los profesionales de la lucubración de todas las épocas. Más bien, lo que propongo es examinar los signos de la evolución histórica de nuestro tiempo, porque el nuevo gran mito del futuro, en cierto sentido, ya está en periodo de gestación. No constituye, pues, una creación ex novo a partir de ciertos presupuestos filosóficos, sino un “gran relato” que sintoniza con las principales tendencias culturales e históricas del momento presente. De tal modo que la construcción de este nuevo mito exige un trabajo teórico que se conjuga, sin embargo, con un sustrato preexistente y con las aspiraciones inconscientes de toda una civilización.

El crucial papel de Occidente

En primer lugar, nos arriesgamos a aventurar que el gran mito planetario del siglo XXI deberá surgir de las entrañas del propio Occidente y, más en concreto, de ese “continente espiritual” –mucho más que físico– que es Europa. A pesar de la fundada condena en bloque que lanzara Guenon contra la civilización tecno-científica moderna, creo más bien –coincidiendo aquí con Raymond Abellio– que Occidente, a pesar de su evidente idolatría cuantitativista, constituye un polo legítimo, y seguramente necesario, dentro de la evolución general de la humanidad.

Occidente representa el lugar histórico de la máxima diferenciación y subjetivización de la conciencia, así como de su más paroxística liberación respecto a toda metafísica objetivista y a todo conjunto de reglas culturales de cuño tradicional. En este sentido, resulta perfectamente comprensible la fascinación que, también hoy en día, ejerce la cultura occidental sobre los pueblos extra-occidentales. Los jóvenes iraníes, africanos, chinos y árabes sueñan con respirar los aires de libertad que circulan por las calles comerciales de Barcelona, Londres o Berlín. Shangai, gran megalópolis de la China contemporánea, nos recuerda la grandiosidad del skyline neoyorquino. Y la Coca-Cola se impone en todo el mundo no sólo gracias a una formidable maquinaria publicitaria, sino a que constituye el símbolo más universal de una civilización que ha explorado, como ninguna otra, la seductora epidermis del mundo.

Siendo todo esto así, el autor de estas líneas considera que el mito planetario del siglo XXI sólo puede surgir a partir del humus de la civilización occidental. Rusia puede reclamar su protagonismo histórico como Tercera Roma y heredera de Bizancio en el ámbito cultural eslavo. China, la India y los tigres asiáticos pueden convertirse en gigantes económicos mundiales. Lo mismo cabe decir de Brasil. En cuanto a los países musulmanes, pueden seguir ganando importancia dentro del escenario internacional, si bien el retorno del Califato y la consiguiente unificación política de la Umma no parecen, hoy por hoy, una posibilidad real. Ahora bien: en cualquier caso, ninguna civilización extra-occidental está en condiciones de ofrecer un modelo cultural y antropológico tan atractivo como el del mundo occidental. ¿A quién le resulta realmente seductora una hipotética islamización, eslavización o asiatización del mundo?

Occidente, entre Eros y Thanatos

“Pero, por favor, seamos serios” –se objetará–. “¿Cómo puede resultar atractivo un Occidente mercantilista, materialista, consumista y groseramente hedonista, entregado al loco giro de un carrusel desbocado que amenaza con saltar definitivamente de su eje? ¿No nos asfixiamos en el reino sin norma del relativismo, el narcisismo y el escepticismo, en el reino de un individualismo que está destruyendo los antiguos lazos orgánicos entre los seres humanos? ¿No hace cada vez más frío en una civilización inhóspita y sin alma? ¿Dónde quedó el Lebenswelt de Husserl, ese “mundo de la vida” del que nosotros nos hallamos exiliados? ¿No nos sentimos solidarios con los Vladimir y Estragón de Beckett? ¿No esperamos y esperamos sin saber qué ni a quién? La seductora civilización de Occidente, ¿acaso ha hecho otra cosa que atiborrarnos de objetos materiales y condenarnos, en pago por tal abundacia, a un insoportable limbo existencial?”

Bien, de acuerdo: la requisitoria contra Occidente podría ocupar tomos de grueso calibre. El mismo Occidente –fáustico y tanático a la vez–, consciente de su triste inanidad, fantasea con su propia muerte y casi la desea. Sin embargo, Prometeo aún no ha muerto, y millones de obreros siguen afanándose en los muros de Babel. Craig Venter, taumaturgo del genoma humano, promete abrirnos las puertas prohibidas de la Vida. ¿No soñamos con convertirnos en nuestros propios dioses? ¿No acariciamos la perspectiva de forzar el santuario secreto del átomo con el nuevo mega-acelerador de partículas puesto en marcha hace unos meses en el CERN de Ginebra? Y, sin embargo, como a Hamlet y a Fausto, nos atrae irresistiblemente el canto oscuro de la muerte. Existir, conocer: ¡qué trabajo tan ímprobo y amargo! ¡La conciencia, el ser, el espíritu! ¿Cuándo descansaremos al fin de ellos, como deseaba Cioran? La verdadera dicha, ¿no reside en la existencia inconsciente del reino mineral, el en-sí puro de Sartre? ¿No es, en fin, la existencia toda un tremendo malentendido, un fatal error donde la felicidad constituye una quimera y un sarcasmo?

Y bien: ¿se entiende ahora por qué necesitamos con tanta urgencia un nuevo mito, una nueva gran narración que dé sentido a nuestras vidas? El Occidente que seduce a los no-occidentales es la misma cultura que sume a nuestros contemporáneos en la melancolía o en un tosco hedonismo. ¿Dónde quedaron la risa, la aventura, el espíritu, los altos ideales, la fraternidad, el calor humano, el hogar, la delicadeza, la fiesta, la música, las ganas de vivir? Pues he ahí –en todo eso que perdimos– donde se encuentra el corazón del mito planetario que vislumbra vagamente, en medio de la confusión hoy reinante, el autor de las presentes líneas. Dicho brevemente: el gran mito del siglo XXI habría de consistir en la enorme tarea de convertir toda la humanidad en una familia, y todo el mundo, en un hogar. Expresándonos en términos más técnicos: estaríamos hablando de una especie de “organicismo universal” cuyas notas características podrían resumirse como se hará en la siguiente entrega de esta serie.

15 nov 2008


¿Por qué se desploma todo?

Como en los momentos decisivos de la historia, las noticias se van precipitando de día en día; a veces, de hora en hora. El lunes los congresistas norteamericanos, rompiendo la disciplina de partido, echaban por la borda el plan para ayudar a la Mano Invisible a regular lo que por sí sola es incapaz de regular. Sin embargo parece que este miércoles el plan podría ser finalmente aprobado. Ante esta esperanza, ayer martes volvieron a subir ligeramente las bolsas que el lunes se habían desplomado. Al mismo tiempo, grandes bancos europeos se veían a su vez afectados por la crisis, y si los gobiernos no los hubieran rescatado, miles de depositantes estarían ahora mismo arruinados.

Vaivenes tan bruscos, incertidumbres tan grandes, ¿significan que estamos entrando en uno de estos momentos decisivos de la historia en que se producen los vuelcos que hacen cambiar al mundo? ¿Nos hallamos a las puertas de cambios trascendentales en el mundo económico y por ende político? ¿O acabará todo en agua de borrajas con sólo unas cuantas heridas y un enorme susto?

Lo más probable, puestos a arriesgar un pronóstico, es que sea esto último lo que acabe sucediendo. Sobre todo porque, ante la debacle que se ha puesto de manifiesto, no hay ninguna fuerza alternativa —ni política ni ideológica— que esté, hoy por hoy, preparada para abrir los ojos de la gente ante los desmanes que se han cometido y que se seguirán cometiendo. Y aun suponiendo que esta fuerza existiera, ¿tendría acaso la posibilidad de acceder a los grandes medios de manipulación de masas, sin participar en los cuales nada existe en el mundo de hoy? ¿No se lo prohibiría, acaso, la censura de hecho que tan bien conocemos?

Son manifiestos los desmanes, el atropello, el escándalo acontecidos en la vida económica. Los veremos más claramente si nos olvidamos de los enredos técnicos —esa gran cortina de humo— que practican habitualmente los profesionales de la cosa. “No soy economista. Luego sé de economía”, decía Fernando Sánchez Dragó en su columna de ayer en El Mundo.

La cuestión es muy sencilla. La cantidad de bienes, de riqueza que produce nuestra sociedad sigue siendo tan apabullante como siempre lo ha sido. ¿Por qué entonces estamos viviendo una debacle que amenaza con echarnos a las puertas de la miseria? Respuesta: porque hay una cosa denominada “el sistema financiero” en donde lo virtual sustituye a lo real, y el dinero y sus gigantescas burbujas a la riqueza. Jugando y especulando con niveles inauditos de dinero y de riesgo… ajeno, los tahúres del Gran Casino que es la finanza y la banca han acabado haciéndolo todo saltar.

Mejor. ¡Que salte todo de una vez! Siguiendo el consejo de Nietzsche, mordamos y arrojemos a lo lejos la cabeza de la serpiente que nos está ahogando. Arrojémosla, entre otras cosas, para no caer en la miseria, para no vernos privados de nuestros ahorros y de nuestros bienes. La intervención estatal, la compra de los bancos quebrados es hoy imprescindible. Pero compra, precisamente. No donación, no ayuda, no subvención.

Pero no basta con la compra; no basta tampoco con la exigencia de responsabilidades (¡no he oído ni una sola voz que las reclame!) a los tahúres que han utilizado el dinero de todos para jugar al borde del abismo… y se han despeñado. No basta con ello. Se impone repensarlo todo de nuevo, de arriba abajo. Para que no pueda suceder que ahí donde hay sobrada abundancia —para todos, no como hoy— exista riesgo de miseria.

Se alza el telón
"Contra la muerte del espíritu", reza el subtítulo de nuestra revista. Pero ¿qué espíritu, divino o maligno, es el que corre entre nosotros tan mortal peligro? Ninguno, en realidad: no son los espíritus imperantes en "el más allá" aquellos cuya desaparición nos inquieta de modo particular.
Lo que realmente nos angustia, lo que ha hecho surgir el Manifiesto que nos da título, es el riesgo de aniquilación que -desde hace décadas, pero hoy más que nunca- corre todo lo espiritual. Y lo carnal, lo terrenal. Por eso añadimos: "Contra la muerte del espíritu y la tierra". Porque lo amenazado es, en últimas, algo tan espiritual como carnal: algo tan carnalmente espiritual, tan poco abstracto, como la belleza, la cultura, el pensamiento… en torno a los cuales se abre un mundo. "Defender la cultura, el pensamiento, la belleza", dice el título de este primer número. De esto se trata, en efecto: de defender, como si nos fuera en ello la vida, lo más fundamental de todo: el aliento sin el cual nada tiene sentido; el impulso a través del cual el mundo y sus cosas -presentándose- cobran sentido y encanto, misterio y significación.

El sentido de las cosas… "¿Qué coño querrá decir ese tío? -podría exclamar, con su jerga habitual, cualquiera de nuestros contemporáneos-. ¡Ah! -añadirá quizás alguien un poco más versado-. Se está refiriendo a la utilidad de las cosas: lo más fundamental de todo, es cierto. Pero ¿por qué hablar entonces de cosas como el 'misterio' y el 'encanto'?"

La utilidad de las cosas, el provecho que, para su existencia material, el hombre extrae de los objetos que fabrica o de las cosas que en la naturaleza se presentan por sí mismas: tal es nuestro valor supremo; el único, en últimas. Todo lo domina la utilidad, todo lo rige el rendimiento -un frondoso, misterioso bosque también. Todavía un Baudelaire veía en el bosque "un templo de cuyos vivos pilares / confusas palabras emanan a veces". Ya nada emana del bosque: ninguna "palabra", ningún símbolo, ni confuso ni claro. Lo único que nos llega es el rechinar de las máquinas que hacen del bosque una eficiente explotación forestal; o el traqueteo de los coches que transportan a multitudes de anodinos turistas. La utilidad para el sustento, el provecho para la distracción: nuestros amos y señores. La utilidad, por ejemplo, de los muebles y edificios que pueblan nuestro entorno. Despiadadamente lisos, monótonamente rectos: ninguna curva aumentará, voluptuosa, el coste del producto; ningún ornamento disminuirá la velocidad del artefacto.

Todo son productos y artefactos. Como ese otro artefacto en que se ha convertido la ciudad, la polis: el espacio público. Lo que ahí domina, lo que da sentido, también es la utilidad: la prestación de eficaces servicios al ciudadano-cliente, a ese individuo que, evaluando los índices de productividad alcanzados por los unos o prometidos por los otros, adquiere cada cuatro años los servicios de una de las dos facciones que se reparten el poder.

Lo que se quiebra al producirse la tecnificación mercantilizada del mundo no es sólo el misterio de los bosques, el esplendor de los monumentos, la belleza de las ciudades. Son muchas otras cosas las que también se rompen. La belleza, por ejemplo, de un "arte" que, por primera vez en quince mil años, se pone a adorar… la fealdad. O se quiebra la sociedad como tal, esa comunidad de vivos y muertos que, habiendo recibido mil configuraciones distintas -polis, imperium, reino, nación…- se ve hoy reducida a un conjunto de átomos aglomerados por la soledad.

Todas las anteriores sólo son, sin embargo, expresiones de una quiebra mucho más fundamental. "Una comunidad de vivos y muertos", decíamos a propósito de la sociedad. Es en efecto el vivir y el morir, es el sentido mismo de nuestra presencia en el mundo lo que se rompe cuando desaparece la comunidad, cuando los "artistas" son los primeros en ultrajar la belleza, cuando nadie se sobrecoge ante la presencia misteriosa de las cosas, cuando las mercancías, tecnologías y productos se alzan -éste es el problema: no que existan- como piedra angular del mundo. Cuando muere, en una palabra, el espíritu -y con él, la tierra, la "carne" misma del mundo.

Y donde el espíritu no muere; donde, a trancas y barrancas, aún se mantiene un espíritu que bien poco tiene que ver con el nuestro, con lo que fue la civilización occidental; ahí, en este "tercer mundo" que, por un lado, planta cara a la concepción mercantilista de las cosas, mientras que, por otro, queda subyugado por sus productos y comodidades; ahí, en estos cuatro quintos del planeta en los que aún no muere del todo el espíritu, quienes de verdad mueren -y de hambre- son los hombres.

El surgimiento del Manifiesto

Porque la muerte del espíritu -el desvanecimiento del sentido- es lo más grave que puede ocurrir. Porque, por muelle que sea la "vida" que entonces nos queda, nos aboca a la peor de las muertes: a la más grotesca. Porque es grotescamente absurdo que, habiendo alcanzado el más fabuloso dominio sobre los mecanismos materiales de las cosas, perezcamos aplastados por esta misma materialidad. Porque si los adherentes al Manifiesto contra la muerte del espíritu y la tierra no tenemos absolutamente nada contra la materia y sus mecanismos, sus beneficios y utilidades, en cambio lo tenemos absolutamente todo contra el dominio al que nos someten. Por ello, exactamente por ello, es por lo que se lanzó el Manifiesto que nos da nombre.

Publicado en el mes de junio de 2002, convencidos sus promotores de que poca resonancia obtendrían tan inconvenientes ideas, tuvieron que constatar, sorprendidos, que el eco alcanzado era mucho mayor de lo que se habían imaginado. Pese a lo muy exiguo de los medios desplegados (publicación del Manifiesto en El Cultural del periódico El Mundo y apertura de una página web), un millar de personas, entre las que se cuentan destacadas figuras de nuestras artes, letras y pensamiento, han dado hasta ahora su apoyo a tales inquietudes. Se han celebrado diversas actividades públicas (conferencias, coloquios…) en varias ciudades españolas. La acogida que el Manifiesto ha obtenido en otros países, mediante su traducción y publicación en diversos idiomas, atestigua también la globalidad del malestar que nos mueve.

Ha llegado la hora de darle a todo ello el cauce de una publicación escrita. Al lanzar este primer número de El Manifiesto, cuya periodicidad será en principio trimestral, nos mueve un objetivo tan claro como preciso: establecer un nexo entre quienes compartimos tales inquietudes, fijar un "lugar de encuentro" en el que nuestras ideas, ansias y esperanzas puedan plasmarse y difundirse tanto teórica como prácticamente.

El Manifiesto quiere ser ante todo, como se indica en su cabecera, una revista de pensamiento crítico. Tal es nuestro empeño: hacer de estas páginas una gran revista de pensamiento y reflexión, una revista que se convierta en un destacado punto de referencia en el ámbito del pensamiento hispánico. No por ello aspiramos, sin embargo, a los rigores y exhaustividades del discurso universitario. A lo que quisiéramos más bien acercarrnos es a esta confraternidad de la verdad y la belleza que el nombre de "ensayo" califica con propiedad.

Ni de "derechas" ni de "izquierdas"

Será éste un lugar de reflexión, pero también de debate y confrontación. Las ideas contenidas en el Manifiesto constituyen el aliento que nos mueve. Pero este aliento se puede y debe respirar de diversas y hasta contrapuestas maneras. Todas ellas tendrán en estas páginas su lugar y su expresión. Resulta ello tanto más hacedero cuanto que, como ya habrá comprendido el lector, es imposible catalogar nuestro empeño con ninguna de las dos destartaladas etiquetas al uso. Si no es ciertamente de "izquierdas" el malestar que nos embarga ante la pérdida de cosas como el arraigo histórico, la grandeza o la belleza, tampoco es desde luego de "derechas" el desasosiego en que nos sumerge un mundo aplastado por la codicia y la rapiña mercantil.

Pero las ideas que nos mueven no sólo tienen que plasmarse teóricamente: también tienen que hacerlo prácticamente. Que nadie, sin embargo, espere encontrar en estas páginas ningún programa de "acción y redención". Pero que tampoco nadie espere encontrar tan sólo quejumbrosos llantos sobre nuestros males. Denunciar y protestar es tan imperativo como impostergable. Pero no basta. Se trata también de buscar alternativas, de imaginar proyectos, de pensar y soñar en cómo sería un mundo en el que se viera enaltecido lo que hoy se ve aplastado. De eso se trata, y de abordar concretamente los más graves desmanes que conozcamos; de llevarlos ante la opinión pública, convencidos como estamos de que propiciar la toma de conciencia por parte de amplios y decisivos sectores de la sociedad es lo más urgente que en este momento podemos y debemos hacer.

En los puntos que componen la Carta de Principios que con el título de "Ecologistas del espíritu" figura en nuestra contraportada, hallará el lector una buena ilustración de cuanto se acaba de apuntar. Como también la encontrará en las páginas en que las cuestiones teóricas se ven ilustradas con los mil casos de desmanes y estupideces -desternillantes algunos; trágicos otros- que la vida cotidiana nos depara con excesiva frecuencia.

Llamamiento a los lectores

Quisiéramos, para concluir, hacer un llamamiento muy especial a nuestros lectores. Un llamamiento no sólo para que habléis ampliamente de la revista entre amigos y conocidos. No sólo para que la adquiráis regularmente (suscribiéndoos quienes queráis sostenerla y aseguraros de recibirla regularmente). No tiene, en efecto, el menor sentido simpatizar con el espíritu del Manifiesto -valga la redundancia- y no implicarse mínimamente adquiriendo la publicación en que dicho espíritu se manifiesta. Pero este llamamiento a nuestros lectores también consiste en recabar vuestras opiniones y comentarios acerca de la revista y de cuanto en ella se exprese. Una amplia sección "Cartas de los lectores" -inhabitual en revistas de esta índole, pero… ¿qué es lo que, entre nosotros, no es inhabitual?- estará destinada a recoger vuestras aportaciones y sugerencias. Quisiéramos que, sintiendo esta revista como cosa vuestra, nos hagáis llegar el eco de cuanto aquí se diga o deje de decir. Y por ello, como primicia de dicho eco, adelantamos en este primer número los principales comentarios transmitidos por los adherentes al Manifiesto en el momento en que lo suscribieron.

Al lanzar el Manifiesto contra la muerte del espíritu ignorábamos por completo las reacciones que suscitaría. Al lanzar la revista que lleva su nombre, desconocemos igualmente el futuro que le aguarda. Sabemos que nos acechan mil retos y dificultades. Pero sabemos también que, con la colaboración de todos y el favor de los dioses, se vencerán. Tal es la razón por la que, lanzándonos jubilosos al ruedo, alzamos hoy el telón. ¡Que la fiesta comience!
Ruiz portela de la Revista EL MANIFIESTO

-Album fotográfico de Jessica Michibata















































































Permitidme tutearos, imbéciles

Cuadrilla de golfos apandadores, unos y otros. Refraneros casticistas analfabetos de la derecha. Demagogos iletrados de la izquierda. Presidente de este Gobierno. Ex presidente del otro. Jefe de la patética oposición. Secretarios generales de partidos nacionales o de partidos autonómicos. Ministros y ex ministros –aquí matizaré ministros y ministras– de Educación y Cultura. Consejeros varios. Etcétera.
No quiero que acabe el mes sin mentaros –el tuteo es deliberado– a la madre. Y me refiero a la madre de todos cuantos habéis tenido en vuestras manos infames la enseñanza pública en los últimos veinte o treinta años.
De cuantos hacéis posible que este autocomplaciente país de mierda sea un país de más mierda todavía. De vosotros, torpes irresponsables, que extirpasteis de las aulas el latín, el griego, la Historia, la Literatura, la Geografía, el análisis inteligente, la capacidad de leer y por tanto de comprender el mundo, ciencias incluidas. De quienes, por incompetencia y desvergüenza, sois culpables de que España figure entre los países más incultos de Europa, nuestros jóvenes carezcan de comprensión lectora, los colegios privados se distancien cada vez más de los públicos en calidad de enseñanza, y los alumnos estén por debajo de la media en todas las materias evaluadas.
Pero lo peor no es eso. Lo que me hace hervir la sangre es vuestra arrogante impunidad, vuestra ausencia de autocrítica y vuestra cateta contumacia. Aquí, como de costumbre, nadie asume la culpa de nada. Hace menos de un mes, al publicarse los desoladores datos del informe Pisa 2006, a los meapilas del Pepé les faltó tiempo para echar la culpa de todo a la Logse de Maravall y Solana –que, es cierto, deberían ser ahorcados tras un juicio de Nuremberg cultural–, pasando por alto que durante dos legislaturas, o sea, ocho años de posterior gobierno, el amigo Ansar y sus secuaces se estuvieron tocando literalmente la flor en materia de Educación, destrozando la enseñanza pública en beneficio de la privada y permitiendo, a cambio de pasteleo electoral, que cada cacique de pueblo hiciera su negocio en diecisiete sistemas educativos distintos, ajenos unos a otros, con efectos devastadores en el País Vasco y Cataluña.
Y en cuanto al Pesoe que ahora nos conduce a la Arcadia feliz, ahí están las reacciones oficiales, con una consejera de Educación de la Junta de Andalucía, por ejemplo, que tras veinte años de gobierno ininterrumpido en su feudo, donde la cultura roza el subdesarrollo, tiene la desfachatez de cargarle el muerto al «retraso histórico». O una ministra de Educación, la señora Cabrera, capaz de afirmar impávida que los datos están fuera de contexto, que los alumnos españoles funcionan de maravilla, que «el sistema educativo español no sólo lo hace bien, sino que lo hace muy bien» y que éste no ha fracasado porque «es capaz de responder a los retos que tiene la sociedad», entre ellos el de que «los jóvenes tienen su propio lenguaje: el chat y el sms». Con dos cojones.
Pero lo mejor ha sido lo tuyo, presidente –recuérdame que te lo comente la próxima vez que vayas a hacerte una foto a la Real Academia Española–. Deslumbrante, lo juro, eso de que «lo que más determina la educación de cada generación es la educación de sus padres», aunque tampoco estuvo mal lo de «hemos tenido muchas generaciones en España con un bajo rendimiento educativo, fruto del país que tenemos». Dicho de otro modo, lumbrera: que después de dos mil años de Hispania grecorromana, de Quintiliano a Miguel Delibes pasando por Cervantes, Quevedo, Galdós, Clarín o Machado, la gente buena, la culta, la preparada, la que por fin va a sacar a España del hoyo, vendrá en los próximos años, al fin, gracias a futuros padres felizmente formados por tus ministros y ministras, tus Loes, tus educaciones para la ciudadanía, tu género y génera, tus pedagogos cantamañanas, tu falta de autoridad en las aulas, tu igualitarismo escolar en la mediocridad y falta de incentivo al esfuerzo, tus universitarios apáticos y tus alumnos de cuatro suspensos y tira p’alante. Pues la culpa de que ahora la cosa ande chunga, la causa de tanto disparate, descoordinación, confusión y agrafía, no la tenéis los políticos culturalmente planos.
Niet. La tiene el bajo rendimiento educativo de Ortega y Gasset, Unamuno, Cajal, Menéndez Pidal, Manuel Seco, Julián Marías o Gregorio Salvador, o el de la gente que estudió bajo el franquismo: Juan Marsé, Muñoz Molina, Carmen Iglesias, José Manuel Sánchez Ron, Ignacio Bosque, Margarita Salas, Luis Mateo Díez, Álvaro Pombo, Francisco Rico y algunos otros analfabetos, padres o no, entre los que generacionalmente me incluyo.
Qué miedo me dais algunos, rediós. En serio. Cuánto más peligro tiene un imbécil que un malvado.
Perez Reverte