Ayer veía unas imágenes de Fernando Arrabal recogiendo un premio de "nosequé" y dando las gracias al tiempo que decía que era algo que verdaderamente se merecía.
A Arrabal lo conocí en el 94 -creo- cuando me llamó Fernando Sanchez Dragó para explicarme que había sido desposeído injustamente del honor de ser el Pregonero de las Fiestas del Santísimo Cristo del Puerto y que quería que le organizara un “pregón alternativo”.
Vamos, tardé segundos en aceptar. A mí, todas las movidas alternativas a la vulgaridad dominante reconozco que me ponen, con lo cual acepté el reto de montar un nuevo Berkeley e inmediatamente me puse manos a la obra.
Para enriquecer el asunto y ya que estábamos hablando de los espiritual y de lo divino, me traje de Paris, también, a Fernando Arrabal que se empeño en venir con su mujer.
En el Palacio de la Música -era marzo- organizamos una buena ya que los medios se hicieron eco de nuestra protesta.
Dragó-Arrabal, Arrabal-Dragó era un atractivo cartel y el lleno hasta la bandera estaba asegurado. Así fue. El acto se inició con una presentación de mi amigo Jorge y con la ausencia de Arrabal, ya que llegaba al tiempo de empezar el encuentro. Yo me tuve que ausentar y, volando, ir al aeropuerto a recogerlo a él y a su mujer.
Llegamos al acto –sin su mujer- (esto ya os lo contaré que es para partirse) cuando estaban proyectando un vídeo en el que, precisamente, Arrabal estaba en su plenitud espiritual hablando de su autentico credo, su nuevo padrenuestro, en una tertulia televisiva con tantos amigos y expertos milenaristas.
La luz estaba apagada y las carcajadas hicieron que nuestra entrada fuera desapercibida.
Al terminar el video (cuelgo abajo el enlace de Youtube) Fernando Arrabal, que estaba junto a mí en primera fila, se puso a saludar a los presentes con unas reverencias al respetable que caldearon definitivamente un ambiente ya de por sí cargadito.
Fernando –Arrabal- subió al escenario junto a Dragó y a un servidor, y empezó la marimorena. Dragó cargó contra todo bicho viviente por su desposesión de la responsabilidad de Pregonero del Santísimo Cristo, especialmente con el obispo que luego me llamó a capítulo. Les dimos a todos, hasta al famoso gato de Clinton que era quien entonces gobernaba el destino de nuestro mundo.
Fue un acto de un gran fervor espiritual contra la mentira omnipresente. La pasión se respiraba en el ambiente. Si alguien hubiera marcado algún objetivo, físico, político o, incluso militar, la conquista hubiera sido segura.
Arrabal, el más listo y lúcido de todos, se dio cuenta de la situación. Cogió el micrófono y nos dijo con tenue voz: “recuerdo que cuando era niño, una de las veces que viene a la ciudad, escuche una bella canción de la que recuerdo alguna estrofa”. Y se puso a cantarla.
Nadie se quedó sentado. Todos, absolutamente todos, hasta los aposentadores y técnicos de al Palacio, nos pusimos en pie para entonar ese bello himno amor y de paz que cantamos en el Reyno de Ítaca donde habitan los fieles defensores de la sagrada tierra media.
Vídeo del programa de tv que pasamos en el nuevo Berkeley:
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