Otro de los grandes impostores de la política actual es el Secretario de Comunicación del Partido Popular, Esteban Gonzalez Pons.
Este valenciano representa lo peor de la casta política dominante. Alumno aventajado de la escuela de arte y ensayo de la Fundación Cánovas y de la Hanns Seidel, de la cual han salido los más brillantes actores de la derecha española, fue el verdadero artífice, el alma, de la conspiración que apeó a Eduardo Zaplana del control del Gobierno autónomo valenciano y, al final, de cualquier otro cargo orgánico en el PP.
Ahora, Zaplana, delegado de Telefónica en Europa, pasa factura a modo de nómina de cuantos ERES autorizó al antiguo monopolio siendo Ministro de Trabajo. Un millón y medio de euros es una más que reconfortante compensación por tantos servicios prestados.
Gonzalez Pons, vendedor de biblias y cepillos de dientes a domicilio, estirachaquetas y lameculos para mayor información, fue el que diseñó la hoja de ruta para el asalto del poder al gobierno autónomo valenciano cuando Zaplana colocó al tontorrón de Camps para hacer las veces –las de Zaplana- al frente de la Generalidad.
Zaplana se fue a Madrid como Ministro de Trabajo y perdió plaza. Plaza y caja. Desprovisto de la gran máquina de las adhesiones y Camps y Pons -pin y pons- segándole la hierba al murciano en cuantos círculos, cenáculos y contubernios visitaban, Zaplana fue decapitado, junto a Acebes, en el golpe de timón que dio el PP para disimular la derrota de Rajoy en las pasadas elecciones generales de marzo del 2008.
Ahora se habla de que Camps podría ser una alternativa a medio camino entre Gallardón y Esperanza Aguirre. Y el tontodelculo de Camps -y esto es lo mejor de todo- se lo ha creído.
Volverá a contar para esta misión con el quintacolumnista de Gonzalez Pons –su hombre en La Habana-, versátil, capaz de dar la razón a cualquiera, pactar lo prohibido, cobrar lo indebido, reír, llorar, babear, lo que sea, con tal de estar siempre a los pies del cacique de turno que controle el partido y le asegure el negocio.
De gestos exagerados, la teatralización de su papel de portavoz resulta empalagosa y cuando va de gracioso –el otro día hizo el mono en El Hormiguero de la Cuatro- este bufón con ínfulas ministeriales se constituye en la fiel representación del mas bajo perfil político que tanto abunda sobre el solar de nuestra querida tierra media.
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