Siempre he dicho que pedir perdón despues del correspondiente acto de contrición es todo un placer. Por supuesto que no estoy entrando en su dimensión sacramental sino en el acto cotidiano de someternos constantemente a nuestra conciencia.
Los actos de pedir perdón y de recibirlo suponen el sosiego de conciencia individual, la paz del espíritu, tan necesarias para emprender todas y cada una de las aventuras de la vida. El amor y la pasión por las causas y cosas bellas del mundo y por las personas son los dos elementos básicos para la felicidad, pero no hay amor y pasión sincera si no está cimentada sobre la serenidad y la paz de nuestras conciencias y espíritus individuales.
La fuerza de la vida no reside en el poder. Ni siquiera en la inteligencia, pues si así fuera sólo serían felices los inteligentes. Reside en la sinceridad, en la busqueda de la verdad individual y colectiva o, lo que es lo mismo, en la lucha contra la mentira.
Todos somos vulnerables a la mentira. Nuestra sociedad, nuestra vida colectiva, tiene como piedra miliar a la mentira. Como denuncia Jean Francoise Revel en su libro El conocimiento inutil "la mentira es la fuerza que domina el mundo". Pero el mundo no es la vida. La vida es o debe ser lo que individualmente cada uno queremos hacer con nuestra conciencia, con nuestra libertad profunda como valor absoluto y permanente.
Cada vez que nos dejamos llevar por la mentira acortamos nuestra felicidad y nuestra vida porque vivir esquivando nuestra conciencia sólo sirve para atormentar nuestro espíritu y alejarnos de la dicha.
Baroja decía en su obra "el arbol de la ciencia" que la felicidad reside en la ignoracia. Esto puede ser cierto. Mas cierto, desde luego, que en la inteligencia. Pero sólo si el ignorante o el inteligente viven de la mano de sus conciencias.
El gran error de la inteligencia -cuando no va unida a los dictados de nuestra conciencia-reside en su soberbia y ésta nos puede conducir fácilmente a la injusticia y a la infelicidad.
Este Blog, con sus tres meses y medio cumplidos, es un reencuentro diario con la conciencia de su autor. Seguro que algunas veces no lo habré conseguido totalmente por mis multiples defectos, pero la busqueda de la verdad y el sosiego de mi alma bien habrán valido la pena.
No se si estas páginas digitales algún día serán impresas. Da igual. De momento tienen ya el valor del reencuentro con mi espíritu y con el de los míos a los que les hurté en algún momento la verdad.
La verdad es la que es y, aunque dolorosa, se impone en cada momento. Prefiero avergonzarme pública o personalmente de mis faltas que vivir atormentado o simplemente molesto por mis errores voluntarios.
Por ello esta reconciliación diaria con mi conciencia quiero que sea un constante legado para los míos, que no son tantos, y que ellos sepan valorar la sincera intención del mismo por encima de mi grado de culpa.
Me sabe mal por los que, por su orgullo o soberbia, no fueren capaces de reconciliarse con su espíritu y con el mío. Porque uno, cuando está seguro de la verdad porque nada objeta su conciencia, y ama o quiere, no busca otra cosa que el abrazo del perdón. Del perdón, también, para el otro. De la reconciliación de los espíritus.
Pero para ello es necesario vencer los errores y defectos de la inteligencia.
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