9 may 2009

Otra vez Barcelona.

Javier Mariscal se jugó el ser el creador oficial del famoso "Cobi" de los Juegos Olímpicos de Barcelona cuando, en una entrevista que publicó el periódico valenciano "LAS PROVINCIAS" manifestó que "lo malo que tiene Barcelona es que está lleno de catalanes".

Este acto de "xenofobia" que no lo es, (probablemente estaría, como siempre, borracho de vanidad y alcohol) hizo que el entonces Molt Honorable, Jorge Pujol, le llamara a capítulo y Mariscal, que tiene mas de "mari" que de "scal" se cagó encima y pidió perdón. Asunto resuelto.

Luego se trasladó a Barcelona y ahora es un nacionalista "nato" siendo valenciano.

Anécdota a parte, tengo que volver por la antigua Barcino donde todavía mandan los gigantes lestrígones. Uno de ellos es mi socio que, además, toca todos los palos que tienen que ver con el dinero. El propio y el ajeno, porque el que no es suyo o, mejor dicho, el de los demás -osea mío- le cuesta soltarlo sobremanera.

Cada vez que voy a Barcelona, si no pago yo, paso hambre porque siempre pide una ración para dos y luego come deprisa para ver si arrambla con mi parte. Algo genético sin duda.

Las dos últimas veces que fui a Barcelona y lo pasé bien fue con María. La primera fuimos al hotel Majestic y la segunda al Barcelona les Arts, en el puerto olímpico. Todavía me mandan publicidad de ofertas por correo electrónico que tengo, ya menos, la tentación de reenviarle para refrescarle la memoria. De ellos y de ambos guardo unas bonitas fotos a las que, de vez en cuando, echo un vistazo para recordar lo bueno de una relación tormentosa.

Recuerdo un paseo con ella por el Paseig de Gracia (valga la redundancia), entrando y saliendo de tiendas, y caminando por el barrio antiguo en el que me reí muchísimo con sus bromas. Su mano, siempre juguetona, se perdía por mi espalda hasta el límite del largo que cubría mi chaqueta que era mucho más a bajo de mi cintura. Y eso, allí en la calle, a mi me encantaba.

Hubo otra que siempre me arrepentí de no tener el valor que tuvo ella. En el magnífico y sofisticado restaurante Drolma del Hotel Majestic se empeñó, al finalizar la comida, en entrar a hacer el amor en los servicios. Yo, que soy más vergonzoso que ella para estas cosas, lo impedí y ahora me río sólo de ver su cara de "mala chica" tirando de mi hacia adentro. Y nuestra comida en el "Darsena" donde nos cepillamos una caldereta con nuestros correspondientes "baberos"... Y luego, sentados en las escaleras del barrio gótico compramos un CD a un cantante suramericano que interpretaba temas tan bellos como ¿"A donde van las palabras"?.
Buenos recuerdos con un final feo y cruel. Yo fui un pelele en sus manos y me dejé llevar por su prometida inmortalidad. Y casi me muero en el intento. Varias veces.

Os cuelgo el enlace, cantado por Silvio Rodriguez.
http://www.youtube.com/watch?v=PT3AmaodS64&eurl=http%3A%2F%2Fsmara%2Dsmarah%2Eblogspot%2Ecom%2F&feature=player_embedded


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